Oxumaré, la serpiente y el arco iris
Algunos de vosotros recordaréis una de las películas
más interesantes que sobre santería, vudú y religiones sincréticas se han rodado: se titula La serpiente y el arco iris. El
título no es casual. Tiene que ver con uno de los orixas –orishas en santería,
orixas en Candomblé– más desconocidos pero más fascinantes. Se trata de
Oxumaré.
Es el único orixá andrógino, seis meses es hombre y otros
seis meses es mujer, con lo que atesora lo mejor de ambos sexos. Está ligado a
la sabiduría y la conciencia y supone la comunicación entre lo que está arriba
y lo que está abajo, por su contacto entre cielo y tierra: él hace que el agua
de ríos y mares ascienda a las nubes para que vuelva a caer en forma de lluvia. De aquí que siempre verás a Oxumaré relacionado con el arco iris, que aparece tras llover. Recuerda su androginia y
plantéate ahora por qué el símbolo gay universal es esa bandera. Todo está
relacionado. Pero hay más.
Oxumaré upone también la continuidad de la vida, la
renovación, el ciclo vital. No es casual que veamos a Oxumaré relacoinado con la serpiente o portando una como bastón. En ocasiones, esa serpiente esté
enroscada sobre sí misma, uniendo boca y cola.
En el esoterismo occidental, esta figura es conocida como el
Ouroboros y su origen se pierde en el Antiguo Egipto. Como en la religión
Yoruba, representa el ciclo eterno de las cosas, creación-destrucción-creación.
La alquimia perfeccionó su significado: que las cosas –tanto materiales como
espirituales– no desaparecen sino que se transforman. ¿Y qué dice la ciencia
actual? Precisamente eso.
Los colores de Oxumaré son el verde y el amarillo.
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