El arte de volverse invisible







Hoy es jueves, día de Ewá.

Ewá es una de las consideradas orixás menores –siempre en comparación con Yemanjá, Oxum u Oyá, por ejemplo– pero que, como todas las fuerzas de la naturaleza que constituyen el Candomblé, tiene su poder y un carácter propio y definido.

Ewá coincide con Oyá y Obbá en la custodia del más allá. Si Oyá está a la puerta del cementerio y Obbá sobre las tumbas de quienes se fueron, Ewá es quien baja al mundo subterráneo. ¿A que ahora no parece una orixá tan menor?

Os contaré una breve leyenda sobre nuestra protagonista de hoy.

Hace mucho tiempo, Ewá era una hermosa joven a quien Xangó echó el ojo. Podría decir “se enamoró”, pero nuestro rey de la justicia y el rayo es demasiado mujeriego como para adjudicarle un romance por un capricho. 

Ewá se escapó y fue acogida en por Omolú –llamado también en algunas regiones Obaluaiyé–, el orixá más huraño que hay. Como quizá recordaréis, Omolú cura las enfermedades contagiosas e infecciosas (él mismo sufrió la lepra) y aparece cuando la persona muere. Apuesto a qué él le enseñó ciertos secretos a Ewá y por eso ella custodia el interior de las tumbas.

Ewá se convirtió en símbolo de la mujer casta, de la que no quiere entregarse a un hombre y mantiene su decisión, por lo que cuida de las muchachas vírgenes pero también de los espacios naturales puros, como ríos y bosques.

Una de las características de Ewá es la protección que ofrece a quien la invoca: si tienes cerca un peligro, bien sea caminando por la calle o alguien que te quiere mal, acude a Ewá para que te proporcione ayuda. Ese enemigo será como si no te viese. Te habrás vuelto invisible para él.


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